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lunes, 15 de marzo de 2010

Sin sabor a chocolate

"Lo más importante es tener un buen guión. Los cineastas no son alquimistas. No se pueden convertir los excrementos de gallina en chocolate". Billy Wilder (director, escritor y productor de cine. 1906-2002)


Hay muchas cosas que no entiendo de El baile de la victoria (Fernando Trueba, 2009), la candidata española a los Oscar en la categoría de Película Extranjera y, quizás, uno de los estrenos menos sonados del año en su propia tierra, con una importante desventaja respecto de la aclamada Celda 211 (Daniel Monzón, 2009) o de la muy publicitada Spanish Movie (Javier Ruiz Caldera, 2009), que coinciden en cartelera con ella.

La cinta de Trueba es indefinible: todavía no decido si es un cuento de hadas triste o un triste cuento de hadas. El guión, muy novelesco pero poco cinematográfico, no ha conseguido una cohesión interesante de las 6 manos que trabajaron en él: Trueba, su hijo Jonás y el autor del texto original, el chileno Antonio Skármeta, que hace varios años inspiró la película “El Cartero y Pablo Neruda” (Il Postino, Michael Radford, 1994) con otra de sus novelas. El resultado no sólo es pobre, sino que carece notoriamente de un lenguaje visual, que luego es forzado por el director a costa del resultado final.

Lo primero que me llama la atención es la frialdad con la que se dibuja el Santiago actual, frialdad que es llevada a la máxima expresión con un fenómeno climático prácticamente ajeno a la capital chilena: la nieve. Y esta baja temperatura recorre gran parte del metraje, pues nunca acabamos por identificarnos del todo con los personajes. Sabemos poco de ellos y, la verdad, es que tampoco nos interesa conocerlos. Durante muchos momentos, la pantalla no es más que un desfile de rostros desdibujados que no suman, y me atrevo a decir que incluso restan, al desarrollo efectivo de la historia.

La presencia de Ariadna Gil tampoco la entiendo bien desde el punto de vista cinematográfico, pero se justifica en la relación de familia política del director o en una necesaria cuota de actores españoles en pantalla. Su participación es mínima, desaborida y sin llegar a formar parte importante de la trama. Lo mismo ocurre con Lili (Mariana Loyola), la Viuda (Catalina Guerra), la madre del joven (Catalina Saavedra) o con la directora del Teatro Municipal de Santiago, Gloria Münchmeyer, Copa Volpi a la Mejor Actriz hace 20 años. Todas ellas grandes intérpretes desaprovechadas por un guión que peca de muchos excesos, incluido el extenso metraje.

No mejora la situación con la pareja protagonista: Ricardo Darín como Nicolás Vergara Grey, famoso ladrón de cajas fuertes, y Abel Ayala como Ángel Santiago. Ambos salen de la cárcel el mismo día y sus destinos se cruzan al poco andar (¿cómo consiguió tan rápido la dirección del hotelucho de Darín?) para ejecutar un robo maestro. Pero sus historias pasadas son meros trazos: Vergara Grey es abandonado por su mujer y su hijo, sin mayores explicaciones ni cuestionamientos, mientras que Ángel tiene una historia tan efímera e imaginada que, por momentos, parece que ni él mismo tiene muy claro de dónde viene.

Lo segundo que me resulta molesto es la utilización del recurso político como mera excusa para despertar simpatías y despertar una conciencia social, pero ajena a la trama, puesto que la mencionada ley de amnistía para presos no violentos en la era de la democracia, favoreció a dos delincuentes que nada tuvieron que ver con los detenidos políticos. Además, las menciones al gobierno de Pinochet y a su sonada caminata tras regresar de Londres donde había sido detenido, no enmarcan de ninguna forma la historia y se convierten en un error temporal en el que nadie reparó. El regreso del dictador tras sus problemas legales en Inglaterra fue en el año 2000 y en las entradas de cine que pertenecen a Victoria y que descubre su enamorado Ángel, aparece el año 2002. La sucesión cronológica no logra cuadrar en mi cabeza.

Creo que es difícil decir que Trueba carece de talento y de arte para la dirección, pero en esta película no ha sabido demostrar las razones de sus éxitos anteriores. Peca de una pretendida profundidad, de sensiblería (que no de sensibilidad) y a ratos parece tan ambiciosa su necesidad de emocionar, que deja al espectador rebosante de indiferencia. Se ha hecho un mero trabajo contemplativo, superficial, lo que no estaría mal si tras ello no existiese una intención de trascendencia que nunca llega a consolidarse.

Pero no todo es un problema del trabajo cinematográfico –entendido como el ejercicio de dirigir– sino de un guión que se pierde en un onirismo mundano, simple y, a ratos, completamente chabacano. Trueba se ha permitido demasiadas licencias a la hora de filmar esta película, sin que ellas le permitieran llegar a algún sitio seguro en que guarecerse del desastre. Además la superposición de historias, las tramas laterales y otros giros estilísticos propios de la literatura, sobran por completo y no consiguen más que hacer aún mayor su fracaso artístico, dejándonos con una historia sin nada de sabor a chocolate. Ya lo decía el propio Billy Wilder.

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Artículo publicado en la revista "Versión Original", marzo de 2010.

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