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miércoles, 30 de diciembre de 2009

Una tarea nada fácil

“El educador mediocre habla. El buen educador explica. El educador superior demuestra. El gran educador inspira”. (William Arthur Ward)

La historia del cine está plagada de referencias a la educación y a sus protagonistas. Tanto estudiantes como profesores han sido carne de celuloide en el último siglo, viviendo las más disparatadas, terroríficas, enternecedoras o románticas situaciones. No obstante, siempre nos es más fácil recordar a aquellos educadores que, de una forma u otra, han motivado a sus alumnos a luchar contra la adversidad, a ser fieles a sus valores, a ser valientes.

Ha habido muchos otros profesores cuya vocación o el camino que han elegido para educar están profundamente equivocados, lo que los lleva a traspasar los límites que la moral social impone, teniendo que pagar sus faltas con dolorosas sanciones. Lo que sí es igual para todos los educadores, buenos y malos, es que cuando se les juzga, no hay medias tintas: o se les ensalza a lo más alto o se les condena a la mayor de las miserias. Es el precio que se paga al jugar con las mentes del futuro.

El educador mediocre habla
En su última película como directora, Barbra Streisand toca de soslayo el tema de la educación universitaria, y es así porque el hecho de que sus protagonistas sean profesores solamente es una excusa para explicarnos la forma en que se comportarán a lo largo del metraje. En El amor tiene dos caras (The mirror has two faces, 1996), Jeff Bridges interpreta a Gregory Larkin, un hombre maduro e inexperto en las relaciones románticas que descubre las ventajas del amor sin sexo. Si en su vida personal, entonces, es bastante aburrido, la directora nos lo representa incluso peor en una de sus clases: completamente aislado de sus alumnos, concentrado en sus propias elucubraciones y sin ningún tipo de empatía hacia sus oyentes, quienes se duermen al ritmo de largas y engorrosas fórmulas matemáticas. Su vida no tiene más emoción que una gigantesca sucesión de números, incógnitas y signos.

Quizás algo parecido le ocurre a Richard Jenkins en The visitor (Thomas McCarthy, 2007), quien tras enviudar, ha perdido todo interés por la enseñanza, aborrece a sus alumnos, no quiere participar en algunas de sus obligaciones y apenas quiere mantener el contacto con un mundo que le resulta hostil. Sin embargo, la vida del profesor Walter Vale –papel que le valió su primera nominación al Oscar- todavía tiene mucho que entregar, pero lo hará fuera de las aulas, en lo que el cliché nos lleva a llamar “la escuela de la vida”. Será el mismo profesor quien aprenda nuevos valores que nunca hubiese descubierto protegido en su mundo universitario.

Invaluable es su breve monólogo frente a los guardias de Inmigración cuando grita: “No somos niños indefensos”, frase que encierra una dura crítica a la política del miedo que se ejerce en Estados Unidos en materia de Seguridad Nacional, a todo un sistema que se llama a sí mismo democrático. Pero lo más duro no es la idea en sí, sino que ella viene desde dentro, desde la clase intelectual, desde una persona “pensante”, algo muy poco usual en el cine americano.

El mundo de las pizarras y los libros, no obstante, se convierte en un terreno dificultoso para el desarrollo de los jóvenes y para el desempeño de los educadores. Sin ir más lejos, el director Richard Eyre nos traslada en Diario de un escándalo (Notes on a Scandal, 2006) a una escuela inglesa donde las pasiones se desatan en todos los sentidos. De la misma forma en que vemos a una odiada y amarga profesora a punto de jubilarse (Judi Dench), encontramos a la apetecible, deseada y recién llegada Sheba Hart (Cate Blanchett), quien se dejará seducir por la juventud e ímpetu de uno de sus estudiantes.

Ninguna de ellas es brillante como maestra, aunque son buenas en lo que hacen. A una le faltan tablas y disciplina, mientras que la otra carece de gracia, capacidad de adaptación y de simpatía. Judi Dench –en el papel de Barbara Covett- es tan incapaz de bajar de su autoconstruido pedestal, que no se da cuenta de los cambios en las costumbres juveniles y en la necesidad de renovarse a sí misma para mantenerse vigente. Por el contrario, Cate Blanchett es capaz de transgredir sus propios principios y ponerse en peligro ante su incapacidad de ejercer una autoridad de la que carece por completo. Las palabras de ambas en el mundo educativo son tan vacías como sus propias vidas.

El duelo entre tales fuerzas de la naturaleza, entre dos bestias interpretativas, se salda con un drama de proporciones, en el cual somos testigos del hundimiento de la figura de ambas profesoras al más profundo de los infiernos, sin posibilidad alguna de salvación. El entorno del colegio –que funciona como un diverso y reducido entorno social- será el encargado de juzgarlas, ponerlas en jaque y derrotarlas en un par de jugadas.

El gran educador inspira
Ya lo vimos en El club de los poetas muertos (Dead poets society, Peter Weir, 1989). El profesor que es capaz de treparse a las mesas, de gritar, de emocionarse y emocionar es el que realmente enseña. Se le podrá juzgar de forma errónea, pero su huella se extenderá más allá de lo imaginable.

La imagen se repite, en cierto modo, en Cadena de favores (Pay it forward, Mimi Leder, 2000) donde Kevin Spacey ejerce de un profesor que invita a sus jóvenes estudiantes a realizar un proyecto. Como era de esperar, la idea de Haley Joel Osment de crear una “cadena de favores”, termina traspasando todas las fronteras en uno de los finales más lacrimógenos de la última década.

Por su parte, Barbra Streisand se reservó en su película de 1996 el papel de Maestra con mayúsculas, de la gran oradora, de una especie de gurú entre sus estudiantes. Vemos como una Rose Morgan bastante poco agraciada, se transforma en una deslumbrante especie de líder motivacional innato: su auditorio está repleto; la gente participa, ríe, se emociona. Su inspiración traspasa la literatura, la filosofía, la historia y los arquetipos para decir, terrenalmente, que la gente está dispuesta a enamorarse una y otra vez simplemente porque –parafraseando a la actriz- “se siente jodidamente bien”. Nada más universal que el amor para conquistar a su público y un personaje hecho a su medida para lucirse.

Educadores muy dispares todos, pero con un eje común que los mueve: la pasión o la falta de ella. Algunos la utilizan para potenciar su talento y otros, para perder la poca vocación o dignidad que les quedaba. Siempre se ha dicho que para ser profesor hay que tener un ego importante –sino de qué otra forma tendrías el valor de enseñar a los demás-, pero el ego sin un sólido cable a tierra no es más que dinamita a punto de estallar.

Los buenos profesores inspiran, los malos te condenan, los mediocres sólo hablan sin decir nada y hay educadores que no explican ni demuestran muchas cosas. Lo que sí queda claro es que ser profesor en el cine no es tarea fácil y que, para demostrar su valía hará falta sacrificar algo o a alguien: su carrera profesional, su familia, el amor o, incluso, a uno de sus propios alumnos. Y en caso de que queramos un final feliz, simplemente hay que ser Barbra Streisand.

PUBLICADO EN LA REVISTA "VERSIÓN ORIGINAL" DE DICIEMBRE 2009, DEDICADO A LOS PROFESORES EN EL CINE